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lunes, 19 de marzo de 2012


3 KILOS DE CENIZAS Y 21 GRAMOS DE ALMA

Capítulo 2

Bullicio. Música. Risas. Parecía que despertaba nuevamente, pero aunque el lugar era el mismo, las circunstancias eran distintas.  Sonido. Alcanzaba a escuchar nuevamente los sonidos….o me los imaginaba. No lo sé. Una luz intensa, sí creo que fue esa luz, me despertó. Y nuevamente esa sed mortal, que no recuerdo cómo llegó a calmarse ayer.

Estoy en la misma playa. Parece que no me muevo. El escenario es el mismo. Y mis extremidades tienen un hermoso color sepia escarchado. Mi piel está reseca. Y esta sed me está matando. A mis espaldas se encuentra una señora regordeta, de unos 35 años con un niño chillón que no se cansa de hacer hoyos en la arena. Una sombrilla
de colores rojos, amarillos y azules se ha abierto violentamente hacia arriba, escondiendo todos sus colores, como asustada. Ahora lucía como espantapájaros. Estaba aterrorizada.  Realmente aterrorizada.

El niño comenzó a hacer un túnel, un túnel que se dirigía hacia mí. No me agradaban los niños, siempre me incomodaba la libertad con la que actuaban y la facilidad con la que decían las cosas sin importar qué y a quién. Así que normalmente les huía. Pero hoy no me puedo mover como quisiera. Mis movimientos son lentos, muy lentos y parecen no depender de mí. El túnel se acercaba, mientras yo observaba cómo aquellas pequeñas manos hacían puñitos de arena que  se desintegraban a los pies de su madre. Ella le gritaba, zarandeaba su mano amenazadoramente, para luego continuar ojeando una revista sobre postres de navidad. Gorda estúpida, pensaba yo. No ve que su pequeño monstruo está a punto de atacarme .¿Cómo?…¿Atacarme? Y un golpe en mi estómago me deja sin el aire que más nunca voy a consumir. El túnel invade mi espacio, Y ese niño chillón se ha llevado parte de mis tripas en su pequeño puño inocente. No, no sentí dolor. Me preocupaba más la integridad de mi cuerpo que lo que pudiese sentir. Pero esa sensación estática que me invadía, que impedía que hablase, que reclamase, que fuese a buscar lo que me pertenecía, y más aún impedía que le diera un tirón de pelo, sin que la madre viese, por supuesto, al cochino niño que había osado abrirme el estómago, esa impotencia que el rencor alimentaba, se fue aplacando al atardecer cuando las olas se alargaban más y más en un vaivén refrescante y seductor..

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